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jueves, 14 de marzo de 2013

CIENCIA Y SOBREPESO

VEREDICTO..CULPABLES


El número de células grasas permanece constante en el cuerpo desde la niñez
¿El gordo nace o se hace? El Instituto Karolinska de Suecia acaba de dar una vuelta de tuerca al estudio de la obesidad al descubrir que las células del cuerpo donde se deposita la grasa, los adipocitos, experimentan una constante renovación. Cada año mueren y vuelven a nacer aproximadamente un diez por ciento, tendiendo a un misterioso equilibrio tenaz, decidido en los primeros compases de la vida. Su totalidad se renueva cada diez años y su número permanece constante a lo largo de la vida.
Este estudio sueco ha causado un enorme impacto en los Estados Unidos, donde la obesidad es una plaga nacional y se dedican enormes esfuerzos a comprenderla y a combatirla. Hasta ahora, con escaso éxito más allá de la constatación de algunas obviedades: que los niños obesos tienden a ser adultos obesos, sin que eso libre a muchos niños y jóvenes delgados de acumular grasas indeseadas a partir de cierto umbral de edad. Ahora se sabe que la obesidad depende del número de adipocitos y de la cantidad de grasa acumulada en estas células almacén.

Para la Ciencia siempre ha sido un frustrante misterio el por qué es tan difícil perder peso a largo plazo. Por qué la grasa perdida se reproduce tan fácilmente. Cuando se extrae un tumor graso éste no vuelve a crecer, ¿por qué tras una liposucción el número de adipocitos sí vuelve a aumentar a su nivel original tras dos años como mucho?, se preguntaba «The New York Times».

Como suele suceder en los tiempos de la ciencia hiperespecializada, lo que a veces falla es la visión global de cómo funciona realmente el cuerpo. No es casualidad que entre los autores del revolucionario estudio del Instituto Karolinska figure Jonas Frisén, biólogo e investigador de la renovación celular que hace tres años ya impactó con su obra «La edad de nuestro cuerpo». Allí Frisén revelaba nada menos que la mayor parte de usted es usted desde hace mucho menos tiempo de lo que usted se imagina. La inmensa mayoría de sus células no existían hace menos de diez años. Algunas, menos de diez días. Renovarse o morir.

Frisén descubrió el verdadero reloj biológico, un método muy ingenioso y certero para medir la edad corporal, por lo menos en esta generación. Hasta 1963 se probaron armas nucleares a cielo abierto. Eso inyectó en la atmósfera carbono 14 radiactivo que ha penetrado en la composición de todos los organismos, seres humanos incluidos. El carbono 14 va directo al ADN, que es lo único que no se modifica cuando una célula se divide: midiendo entonces los incrementos de carbono 14 en el ADN, Frisén estableció una regla de cálculo extraordinariamente precisa de la edad de las células.

Se descubrió así que casi todas ellas están en constante renovación, excluyendo parte de las de la corteza cerebral, las de la lente interna del ojo y algunas del músculo cardíaco. Para algunas modalidades celulares, las más expuestas al desgaste -por ejemplo las de la epidermis, que es la barrera frente al mundo, o las del hígado, que es la aduana de los tóxicos-, el ritmo de muerte y regeneración es casi vertiginoso.

CÉLULAS MADRE DE CONFIANZA

Si uno lo piensa despacio se comprende que el cuerpo cambie deprisa. ¿Cómo si no iba a sobrevivir tanto tiempo, soportando toda clase de pruebas, peligros e infortunios? El vértigo de verse de repente a uno mismo como un caleidoscopio celular en constante recomposición queda matizado por la existencia de algunas «células madre» de confianza, que son las que fijan el rumbo biológico de la identidad. El lento desgaste de estas últimas sería lo que quizá explicaría la claudicación final ante la vejez.

Y en medio de este ir y venir molecular, ¿qué pasa con los adipocitos? No es fácil estudiar su comportamiento sin liarse con otras ráfagas de ADN o sin incurrir en riesgos tóxicos. Pero Frisén y sus colegas han logrado sacar algo en limpio del estudio de las células grasas obtenidas de 35 adultos que se habían sometido a una liposucción o a una reconstrucción abdominal. 

Las conclusiones son que el número de células grasas queda determinado muy precozmente, en la infancia y primera juventud, y ya no se modifica nunca. Por lo menos no para «bien». Es más fácil que una persona delgada que de repente ingiere muchísimas grasas rompa el techo de sus adipocitos y les obligue a multiplicarse, que una persona obesa logre su disminución, por mucho que se prive de comer. Podrá bajar de peso, podrá hacer descender la carga grasienta de sus células, pero no el porcentaje de estas últimas en su cuerpo. Esto explica por qué es tan difícil no volver a engordar.

Pero aunque siempre estén ahí.., no debemos tirar la toalla,¡ hay que combatir su reproducción, y mantenerlos "a raya"!. 
Bajar de peso inteligentemente con una dieta rica en nutritientes esenciales, realizar ejercicio regularmente, y disfrutar de una vida saludable, ayudará a que permanezcan inactivos y no nos amarguen la vida..                                                                    Fuente:ABC edición digital  mi+d


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